La navaja Suiza no tenía, de por sí, un hospital especializado para todos sus miembros, pero al menos tenían un lugar relativamente tranquilo que funcionaba bajo discreción. Ese fue el lugar al que Valentín le pidió a Cristian que lo llevara, y nos tomó al menos media hora, después de haber salido del alcantarilla, llegar hasta allá. Era un lugar un poco en decadencia, pero no pude negar que la atención fue de inmediato. En el instante en el que vieron aparecer a Valentín por la puerta, en los brazos del guardaespaldas, se abalanzaron sobre él las enfermeras que estaban en el lugar y lo atendieron de inmediato. Sabían quién era, sabían lo que era.
Supuse entonces que incluso ellas mismas tendrían que haber atendido varias de sus anteriores heridas: cuando le habían disparado antes, cuando lo habían apuñalado. Y mientras yo esperaba en la sala de espera a que suturaran las heridas de su pierna y verificaran que estuviera bastante bien, no pude evitar sentirme mal por la vida que el pob