Valentín pensó lo suficientemente rápido cuando escuchó las voces que se acercaban. Dio ligeramente la vuelta y pateó el balde que estaba sobre la mesita inferior del carrito de limpieza, y este se volcó, haciendo un reguero en medio del pasillo. Entonces, en el instante en el que la puerta se abrió, los tres estábamos ahí recogiendo el reguero.
Pude escuchar nuevamente la voz. Era él, sin duda alguna, y en el momento en el que ambos hombres que estaban conmigo voltearon a mirar hacia la entrada y reconocieron que era, se tensaron de golpe.
— Apúrate, apúrate — le dijo Cristian a Valentín, que seguía limpiando el reguero en el suelo con un poco de impaciencia.
Los hombres que habían entrado parecía que no repararon mucho en nuestra presencia, o al menos no se les hizo extraño.
— ¿Cómo va este? — preguntó Oliver, señalando a la mujer que parecía mezclada con un cocodrilo.
— Bien, señor, al menos vivirá lo suficiente para poder analizar sus sistemas.
— ¿De qué se alimentan?
— Car