CAPÍTULO 168

El bosque estaba lleno de sonidos de persecución: el crujido de las ramitas, el susurro de las hojas y los ásperos alientos que empañaban el aire frío. Las patas de Daniel tronó contra la tierra blanda mientras atravesaba el denso follaje, su pelaje erizado a la luz plateada de la luna. El olor de sus perseguidores flotaba en el aire, una mezcla tóxica de pólvora y sudor.

—¡Sigue moviendote! —Daniel ladró por encima del hombro a las figuras sombrías de sus compañeros de manada que se arrastraban entre los árboles detrás de él. Su voz, incluso en su forma gutural de hombre lobo, llevaba la inconfundible orden de un alfa. Tres betas lo acompañaban.

Los tres asintieron brevemente y se giraron para acompañar a su alfa, sus ojos reflejaban la feroz determinación. —¡Por aquí! ¡Síganme! —Su voz, aunque tensa por la urgencia, siguió siendo una presencia tranquilizadora en medio del caos.

—Alfa, no podemos seguir así. —jadeó un lobo más joven mientras esquivaban un tronco caído, con los costa
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