ANDY DAVIS
Tragué saliva algo intimidada, pero me mantuve firme.
—No vuelvas a llamarme… No vendré de nuevo a escuchar los desvaríos de un loco —respondí y cuando di media vuelta, dispuesta a abandonar el lugar, Bastián sacó las manos de entre los barrotes, como si quisiera alcanzarme, y de nuevo perdió los estribos.
—¡Espera! ¡Espera! —exclamó desesperado—. Solo déjame decir algo más…
—¿Las contraseñas de tu computadora? —pregunté con burla, sabiendo que no lo haría tan fácil.
—No, algo mejor… —susurró y sonrió al ver que de nuevo tenía mi atención—. Algo que podría salvar a tu hombre de la quiebra y el fracaso.
—¿Qué? ¿Cuál quiebra? Él no está en quiebra… —respondí indignada.
—Pero lo estará —contestó lleno de seguridad y satisfacción—. No me creas si no quieres, solo te diré algo, un solo nombre que sé que escucharás después, cuando salgas de esta prisión y regreses a tu vida soñada… entonces te acordarás de mí y reconsiderarás mis deseos.
—No voy a convencer a Rachel de venir