CAMILLE ASHFORD
El suave roce del lino contra mi piel adormecida fue lo primero que sentí. Abrí los ojos con dificultad, sintiéndome aún mareada, era como si mis párpados hubieran sido pegados. La habitación estaba en penumbras, pero el aroma familiar me despertó antes que la conciencia: esa mezcla oscura y refinada de madera, cuero y algo especiado que me hacía estremecer sin saber por qué. Era su loción.
Parpadeé lentamente, aún sumida en la neblina del sopor, y me removí en la cama. Mi cuerpo pesaba como si me hubieran arrojado una manta invisible que me impedía moverme con soltura. Entonces lo vi.
Mi Benefactor estaba sentado con la espalda recta en un sillón de cuero en la esquina de la habitación, con sus ojos ocultos tras esas gafas oscuras que nunca se quitaba, sentía su mirada clavada en mí con la intensidad de un cuchillo rozando mi piel.
El aire se volvió más denso. Cada fibra de mi ser gritaba que debía huir de allí, pero ni siquiera tenía fuerzas para levantarme de la cam