DAMIÁN ASHFORD
—¡¿Lo que yo quería?! ¡Pero a ti te gustaba entregarte a otros hombres! ¡No quieras…! —Parecía que el francés no sabía cuándo cerrar la boca, pero un puntapié de Margot fue suficiente.
—¡¿Qué me dijiste cuando llegué con el rostro destrozado y sin uno solo de mis mechones?! ¡¿Qué fue lo que me dijiste?! —gritó furiosa y envuelta en llanto, mientras que el francés mantenía la boca cerrada y desviaba la mirada—. ¿No te acuerdas? Yo aún le doy vueltas en la cabeza:
»Tal vez tuviste que abrir más las piernas. ¡Eso dijiste antes de reírte a carcajadas! —gritó furiosa y volvió a patearlo—. Después dijiste que me cubriera el rostro y me pusiera una peluca porque te daba asco y te quitaba el apetito. ¡¿Tampoco lo recuerdas?!
No solo la emisaria estaba en contra del auditor, la mirada del resto de sus hombres fue concluyente, estaban cansados de seguir a un hombre que solo los usaba como si fueran desechables, porque hasta en este mundo de sangre y plomo hay honor, admiración y