LUCIEN BLACKWELL
—Cuentan que… los elefantes, cuando llegan al circo siendo muy pequeños, son atados de una pata con un fuerte grillete y una cadena de acero forjado. Ellos pelean, lloran y se jalan con tal de liberarse, pero conforme pasa el tiempo y se dan cuenta de que no lo lograrán, dejan de luchar —dijo Camille tranquilamente mientras jugaba con mi cabello—. Cuando son grandes, solo tienen que amarrarlos con una soga endeble a una pequeña estaca clavada en la tierra, bien podría ser libres con el mínimo esfuerzo, pero… ya ni siquiera lo intentan.
Fruncí el ceño y ladeé la cabeza, ella solo sonrió.
—Es lo que a muchos nos pasa… —contestó dejando un beso en mi mejilla—. Crecemos pensando que el mundo tiene que ser de una manera. Nosotros mismos nos encadenamos a ideas y nos convencemos de que no puede ser de diferente. Nuestros padres, para bien o para mal, nos ponen el grillete y nos muestran lo que ellos creen que funciona.
»Cuando crecemos… nos aferramos a una débil soga que