ANDY DAVIS
Noté la sutil tensión en el rostro de Shawn. Nadie lo estaba señalando ni culpando, pero sabía que las consecuencias que caerían sobre Damián eran culpa suya por haber sido tan… «explosivo» con su suegro.
Posé mi mano sobre su brazo, queriendo reconfortarlo y hacerle saber que no tenía que sentirse culpable.
—Los hombres miserables merecen un final miserable… —susurré viéndolo con piedad. En cuanto los ojos de Shawn se levantaron hacia mí, curiosos y confundidos, le sonreí.
—Si proteges a tu esposo y a los hombres que le arrancaron la vida al juez Monroy, te meterás en problemas —agregó la emisaria detrás de mí, con voz arrogante—. Tú no eres Jonathan Davis, solo eres su hija, aprende tu lugar.
—Yo sé cual es mi lugar en esta cadena alimenticia, pero… ¿tú sabes el tuyo? —pregunté volteando hacia ella, viéndola con intensidad—. Me doy cuenta de que el auditor no te enseñó a cómo comportarte.
»Shawn, dale unas tijeras a la emisaria —pedí tranquilamente. No despegué mi mira