DAMIÁN ASHFORD
—¿Lo hará? ¿En serio? —pregunté escéptico y mi cuerpo se tensó—. Creí que me odiaba…
—Te odio, eso no cambió —respondió sin pensarlo mucho. Sonrió con melancolía y desvió su mirada hacia la ventana, observando la oscuridad de la noche—, pero hablé con mi hija, y ella te ama con devoción. Ella es quien contiene mi odio hacia ti. Mientras ella te ame, yo te respetaré y te ayudaré. Rómpele el corazón y juro que te arrancaré las pelotas y haré que te las tragues y te asfixies con ellas.
No esperaba menos de un padre como él. En vez de sentirme amenazado, sonreí, porque lo comprendía, porque yo haría lo mismo si alguien le rompe el corazón a mi pequeña Victoria, porque, de la misma manera en la que yo siempre veré a mi princesita como la tierna niña que conocí en ese hospital, aunque pasen los años y se convierta en una mujer, sabía que el auditor hacía lo mismo, ante sus ojos Andy seguía siendo una pequeña y tierna panterita que necesitaba ser protegida, sin darse cuenta