ALEXEI MAKAROV
Bajé las escaleras con calma y silencio, el mismo que abundaba en toda la casa. Llegué al comedor donde mi padre, sentado a la cabeza, ya estaba leyendo su periódico mientras bebía café. A su derecha su hija favorita, con la arrogancia de siempre, inspeccionando su plato antes de comer, porque ella tenía exigencias absurdas que complacer antes de dar el primer bocado.
¿En verdad se preguntaba por qué Lucien no la había escogido? ¿Qué hombre querría convivir con una mujer tan quisquillosa que sentía que todo se lo merecía solo por el hecho de existir?
Me dejé caer aparatosamente al lado de mi padre y comencé a picar un poco de fruta, sin siquiera usar el tenedor, metiendo mis dedos a la boca, sabiendo que eso desagradaría a Nadia, y no fallé, levantó la mirada de inmediato hacia mí, con la boca torcida como si estuviera haciendo lo más asqueroso que había visto en la vida.
—Nadia… ¿sabes cómo quedó el atropellado? —pregunté divertido antes de meterme un pedazo de melón