ANDY DAVIS
Con cada prenda que doblaba en la maleta, mi mirada se posaba en el reloj, contando los minutos, mientras los niños jugaban alrededor de mí. Habían prometido ayudarme a empacar, pero cuando tuvieron que decidir qué juguetes llevarían a París, todo se descontroló y comenzaron a jugar con emoción. Pero algo era seguro, la rosa que el santo tío Lucien le había regalado a Victoria tendría su propio asiento en el avión. Era un tema que no estaba en discusión.
Era como si Victoria estuviera obsesionada con demostrarle a su tío que era lo suficientemente responsable y que no se había equivocado al regalarle la flor. Incluso ya había intentado convencer a su padre de tener un pequeño invernadero y de pronto sentí un retortijón en el corazón. ¿Quién me decía que no era ella la que tenía predisposición para hundirse en este mundo como una mafiosa?, y yo preocupándome por León.
Sacudí mi cabeza espantando esa idea mientras la voz de mi padre comenzaba a resonar en mis oídos como un ec