LUCIEN BLACKWELL
No creí que jugar con los niños por un breve momento fuera suficiente para condenarme el resto del día. León y Victoria me seguían como soldaditos a cada rincón. Ni siquiera mi chofer era tan comprometido con cuidarme las espaldas como ellos.
Si estábamos en la mesa se sentaban a mi lado. Si estaba en mi despacho ellos se quedaban jugando en la alfombra. Si salía al jardín se la pasaban brincando como conejitos alrededor de mí. No solo era extraño, no sentía que fuera la clase de hombre que se merece la fascinación de niños tan pequeños, sino que también me restaban un poco de oscuridad. No podía verme amenazante si ellos se la pasaban tomándome de la mano o abrazándose a mis piernas, pero curiosamente, no me molestaba, eran bastante tiernos.
—Te aman —dijo Camille mientras arrullaba a Ángel con ternura—. Te