ROCÍO CRUZ
Antes de poder contestarle escuché ese característico sonido de llantas de auto avanzando lento sobre el asfalto, suficientemente cerca para que pudiera percibirlo. Vi por encima de mi hombro un auto negro con las ventanas negras. Mi corazón se aceleró y mi estómago se hizo pequeño.
—Donna… te tengo que colgar —susurré tragando saliva con dificultad.
—¿Tienes que correr? —preguntó angustiada.
—Tengo que correr —contesté antes de colgar en el mismo momento que la puerta del conductor se abrió. Mis piernas se tensaron y antes de que el hombre pusiera un pie en la acera, yo ya estaba corriendo desesperada como si mi vida dependiera de eso, mientras por dentro