ROCÍO CRUZ
—Arruinaste mis planes… ¿crees que lo justo sería que yo te arruine? Tal vez necesito quemarte las manos o romperte una pierna para sentir que tu falta es compensada de alguna manera —siseó Lucien con una crueldad que me sorprendió—. Dime, ¿cuál es el castigo más prudente para que no vuelvas a fallarme de esta manera?
Entonces el chofer se quitó los guantes y se remangó la camisa, exponiendo su piel, con la mirada fija en la nada y un gesto de piedra.
Mi corazón se detuvo cuando Lucien se quitó el cigarro de la boca y se disponía a apagarlo en la cara interna de su antebrazo.
—¡No! —grité furiosa y bajé las escaleras con una habilidad que desconocía. En ese momento llevar tacones no parecía un reto imposible.
Mi grito había sido suficiente para llamar la atención de ambos hombres, pero justo cuando estaba por acercarme, Ágata me detuvo, envolviéndome en sus brazos.
—La primera clase de hoy: no te metas donde nadie te llama —susurró en mi oído mientras yo veía todo con ho