ROCÍO CRUZ
—Lamento mucho lo que ocurrió… —susurré mientras limpiaba con cuidado su labio. Sus ojos estaban clavados en mí, poniéndome cada vez más nerviosa—. No fue mi intención meterte en problemas.
»Digo, estoy acostumbrada a meterme en problemas, pero… no me gusta meter a otros en problemas. ¿Sabes a lo que me refiero? —Con cada minuto me sentía más torpe. Entonces noté como sonrió y su labio se abrió lo suficiente para que la sangre volviera a brotar—. ¡Mira lo que hiciste! ¡Eso te pasa por burlarte de mí!
Lo golpeé con el mismo trapo con el que lo estaba limpiando, pero cuando volví a fijarme en sus ojos, sentí que todo el aire se me escapaba de mis pulmones. Levantó su mano lentamente hacia mi mejilla y con delicadeza recorrió mi mandíbula, erizando la piel de todo mi cuerpo.
—¡Oye! ¡¿No escuchaste a Ágata?! ¡No me manosees! —exclamé golpeándolo de nuevo con el trapo manchado con su sangre, lo cual lo hizo sonreír más mientras yo tenía el rostro caliente.
De pronto se inclin