LUCIEN BLACKWELL
No creí que jugar con los niños por un breve momento fuera suficiente para condenarme el resto del día. León y Victoria me seguían como soldaditos a cada rincón. Ni siquiera mi chofer era tan comprometido con cuidarme las espaldas como ellos.
Si estábamos en la mesa se sentaban a mi lado. Si estaba en mi despacho ellos se quedaban jugando en la alfombra. Si salía al jardín se la pasaban brincando como conejitos alrededor de mí. No solo era extraño, no sentía que fuera la clase de hombre que se merece la fascinación de niños tan pequeños, sino que también me restaban un poco de oscuridad. No podía verme amenazante si ellos se la pasaban tomándome de la mano o abrazándose a mis piernas, pero curiosamente, no me molestaba, eran bastante tiernos.
—Te aman —dijo Camille mientras arrullaba a Ángel con ternura—. Te
LUCIEN BLACKWELLEn ese momento el ama de llaves se acercó con un séquito de sirvientas y mi chofer. Caminaban con la frente en alto y las manos aparentemente vacías. Cada una se plantó detrás de cada policía, mientras que mi chofer se detuvo detrás del abogado, haciendo que los nervios y la tensión aumentaran.Las manos de los policías se posaron por un microsegundo en sus armas y antes de que el licenciado pudiera preguntar qué era lo que había pasado, las sirvientas sacaron de sus mandiles una M1191 con silenciador. Ni siquiera esperaron mi orden, pues ya la tenían. Jalaron el gatillo al mismo tiempo, reventando las cabezas de cada policía, haciendo que sus cuerpos cayeran de la misma manera, al mismo tiempo.El miedo en los ojos del se&nt
ANDY DAVISAbrí los ojos y la cabeza me daba vueltas. Los techos blancos y las luces frías me avisaron que no estaba en casa, pese a que mis ropas fueran las mismas que portaba antes de salir de ella. De pronto me levanté abruptamente, con el corazón acelerado: ¡Mis bebés! Los mellizos fueron lo primero en lo que pensé. —¡Por fin despertaste! —exclamó lo que parecía una enfermera, entrando a la habitación con su habitual atuendo y un cubrebocas que solo me dejaba ver sus ojos—. ¿Cómo te sientes?—Bien… algo mareada —contesté dejando caer la cabeza en la almohada—. ¿Dónde está Damián? ¿Dónde está mi esposo?—Te está esperando en el auto —susurró mientras me tomaba de las manos, invitándome a bajar de la cama.—¿En el auto? —pregunté confundida. Mi corazón estaba acelerado y se ahogaba con sus propios latidos. No me sentía bien—. ¿Por qué está en el auto?—Anda… solo estábamos esperando a que despertaras. Ya firmó tu alta y ya es hora de irte de aquí —dijo con un tono que me advertía q
DAMIÁN ASHFORDMe dirigí hacia el estacionamiento, donde me esperaba Nick en el auto. —¡Señor Ashford! —exclamó al ver a Andy en mis brazos—. ¿Todo está bien?—No —contesté tajante. Andy se comportaba como un gatito herido, escondiendo el rostro y aferrándose a mí—. Quiero que investigues este hospital. Encuentra algo para desmantelarlo y si no hay nada para incriminarlo, entonces planta algo bueno. —Sí, señor —dijo de inmediato abriendo la puerta para mí.—Quiero que el dueño y los directivos sepan por qué su hospital se volverá polvo antes de que termine la semana. Que sepan que unos completos desconocidos se hicieron pasar por enfermeros y casi me arrebatan a Andy, quiero que quien lo permitió, cada persona sobornada para que esto ocurriera, muera de la manera más desagradable y cruel… ¿entendido? —sentencié lleno de rabia, atormentado por lo que hubiera pasado si no hubiera llegado a tiempo.—Sí, señor —agregó Nick con más seriedad. Su mirada no dejaba de posarse en Andy, sabien
DAMIÁN ASHFORD—¿En serio tengo que soltarlos? —preguntó Lucien escurrido en mi sofá, estrechando a los mellizos que colgaban de sus brazos, risueños y cómodos, acurrucados sobre su pecho—. Es que están muy suavecitos y huelen a bebé. —Mami… nos agrada mucho el tío Lucien —dijo Victoria con una gran sonrisa. —¡Sí, él es genial! —exclamó León, con los hombros casi en las orejas, escurrido dentro del abrazo de ese mafioso asqueroso. Entorné la mirada con desconfianza. No me gustaba la cercanía que tenía Lucien con mis hijos, me revolvía el estómago. Cuando estaba listo para arrancar a mis mellizos de sus brazos, Camille se acercó lentamente, meciendo a su hijo. Apenas lo vi por el rabillo del ojo, el niño empezó a patalear y balbucear de manera adorable. Cuando me di cuenta ya estaba sonriendo y estirando las manos para alcanzarlo. Era una chispa de alegría, rubio como su madre, y su mameluco de león solo lo hacía ver más adorable. Lo acuné en mis brazos y acaricié sus mejillas mien
DAMIÁN ASHFORDUna notificación de fumigación fue suficiente para evacuar todo el edificio. Ya nadie hacía preguntas, pues era algo que sucedía a menudo cuando necesitaba estar solo. Mientras me reclinaba en mi asiento detrás del escritorio, Shawn arrastraba a esa enfermera, con la cara hecha jirones por culpa de las garras de mi Panterita, mientras que lucía otra clase de golpes y moretones en el resto del cuerpo. Su andar daba la apariencia de que estuviera borracha, aunque en realidad el verdadero motivo fuera el dolor. Sus tobillos se quebraban cada par de pasos y Shawn tenía que sostenerla del brazo antes de empujarla de nuevo para que avanzara, mientras Gina, mi secretaria, permanecía recargada en la pared, con los brazos cruzados y limpiándose las uñas desinteresadamente. —¿Qué hicieron con los otros dos? —pregunté mientras Shawn golpeaba en las piernas a la enfermera, haciéndola caer de rodillas frente al escritorio. Esta comenzó a sollozar, hasta que sus lágrimas se mezclar
ROCÍO CRUZ—Dime, Rocío, ¿eres virgen? —preguntó el ama de llaves cruzándose de brazos. Me sentí tan incómoda como cuando un día un policía me detuvo en la calle y me pidió mis papeles. —Ah…pues… —¡Responde! —ordenó pasando de esa actitud maternal a la de una generala. —¡Sí! —exclamé encogiéndome. Quería esconderme debajo del agua y la espuma—. No es que… no haya tenido novios, ni que… yo quisiera permanecer así…Comencé a excusarme porque sabía que, a mi edad, era extraño y no quería parecer como una perdedora. Aunque… ¿en verdad lo era? Prefería pensar que, más bien, era como un unicornio, un ser mítico, fuera de lo común. Por lo menos era un consuelo. Como decía mi abuela: hay que verle el lado positivo a las cosas. —Bueno… si quieres mantenerte así, tendrás que ser muy inteligente y poner atención en cada lección que te dé. ¿Entendido? —Por primera vez la vi dedicarme una mirada cargada de lástima, como si tuviera miedo por lo que me esperaba—. Estamos metiendo a un felpudo co
ROCÍO CRUZ—Te recuerdo que él no es tu objetivo —dijo el ama de llaves tomando la gorra de mis manos—. No te distraigas. —No me estoy distrayendo —contesté girando hacia ella y tratando de sonreír, pero mi corazón estaba acelerado, rebotando dentro de mí, al ritmo del aleteo de las mariposas en mi estómago.—Claro… —siseó entornando los ojos—. Lo que vas a hacer necesita que no tengas a ningún hombre en el corazón, así que no permitas que nadie entre. Me acercó la gorra y cuando la iba a tomar, ella no la soltó. —Se nota que eres una buena chica, con un corazón inocente. ¿Quieres que te dé un consejo? Aléjate de él. Mantén tu distancia. —Por fin soltó la gorra y comenzó a andar hacia el comedor conmigo detrás—. ¿Sabes qué es peor que un mafioso como el señor Lucien? Abrí la boca, pero no salió ninguna palabra. ¿En verdad había algo peor que alguien como Lucien? Antes de abrir las puertas del comedor, el ama de llaves dio media vuelta y me vio con su mirada de águila. —Los merce
ROCÍO CRUZ—Oye… yo… lo siento… —dije con el corazón pendiendo de un hilo—. No fue mi intención interrumpirte… es que… yo…Mantuve las manos estiradas hacia él, como si eso fuera suficiente para contenerlo. Sus labios se abrieron y pensé que diría algo, hasta que el hombre sentado detrás de mí tomó la delantera, se levantó de la silla, había conseguido liberarse de las esposas que mantenían su única mano aún atada al descansabrazo. La desesperación le dio la fuerza, pero la sangre le ayudó a resbalar su piel, sin mucho éxito, a través del metal, y digo que fue sin mucho éxito porque cuando sostuvo una punta de metal contra mi cuello, pude ver que su intento por escapar hizo que su mano se descarnara como si se hubiera quitado un guante. Podía ver sus tendones y el hueso blanco de sus nudillos.Iba a vomitar en cualquier momento. El aroma a hierro empezó a escocer mi nariz. —No te haré nada… —susurró mientras su mano temblaba y la punta se encajaba cada vez más en mi cuello—. ¡Solo q