Cordelia
—Tenemos que salir de aquí, Cor —la voz de Fernanda sonó urgente, casi desesperada.
Ya no estaba dentro de la botella. Sé que le abrí la prisión dónde estaba, pero no comprendí en que momento se paró frente a mí. Ahora estaba más sólida que antes. Más real.
Pero yo no podía moverme.
Me quedé de rodillas, con las manos apoyadas en el suelo de madera, el pecho subiendo y bajando con una fuerza frenética. Todo mi interior era un mar revuelto de dolor y confusión.
—Zeiren está aquí… —susurré sin aliento, buscando con la mirada algo, cualquier rastro de él—. Tiene que estarlo...
Fernanda se agachó a mi lado. Puso una mano sobre mi hombro, con más delicadeza de la que creí posible en ella.
—Cordelia… no lo sientes porque ya no estás conectada a él —dijo, su voz bajando apenas—. Si no vuelves a tu cuerpo ahora, la puerta se va a cerrar. Para siempre.
Negué con la cabeza. Esa posibilidad me estrangulaba. Porque no podía abandonar a mi alma gemela. No podía dejarlo.
—No puedo dejarlo