Cordelia
Su mirada permaneció fija en la mía, intensa, hambrienta… y jodidamente divertida.
—Tienes agallas, mocosa —dijo con una sonrisa torcida, inclinando apenas la cabeza—. Me apuñalas y me exiges ayuda como si fuéramos viejas amigas jugando a la guerra.
—No tengo tiempo para juegos —le gruñí—. Quiero ir al Averno. Y me vas a ayudar a llegar hasta él.
Fernanda, apoyada contra la pared, chasqueó la lengua.
—¿Vamos a ignorar que esto se está pareciendo sospechosamente a un episodio de “Cordelia vende su alma por amor”? ¿No? Ok, sigamos —dijo con su humor negro.
Damien no se reía.
Estaba más pálido de lo normal, lo que ya era decir mucho para un fantasma, observando a Silvina como si esperara que le crecieran alas o cuernos… o ambos.
—¿Tú sabes siquiera lo que estás pidiendo, niñita? —preguntó él con tono grave—. No estamos hablando de una visita guiada al infierno, sino del maldito Averno. Y no cualquier parte. Astaroth tiene su propia prisión. Una jaula de carne y hierro donde ent