DiegoLas reuniones del Gremio no eran nada en comparación con esto.Este lugar...No existía en mapas, ni en registros oficiales. Oculto entre una red de túneles bajo la ciudad, donde ni siquiera los cazadores callejeros se atrevían a meter la nariz. Una vez cruzabas la puerta, y tenías la sangre adecuada para activarla, se abría el verdadero corazón del mundo.La élite.Los que dictaban quién vivía y quién moría.Y ahí estaba yo.Un simple humano entre bestias, ángeles, demonios con trajes caros y sangre en las uñas. Pero no me temblaban las piernas. No soy de esos.Entré como quien entra a una reunión de rutina, saludando con la cabeza a un par de caras conocidas, y evitando otras tantas.El salón era amplio, con una mesa circular enorme en el centro. Cada silla tenía grabado un símbolo: alas, colmillos, garras, una cruz invertida y el sello del Gremio. Todos iguales. Porque cuando se sentaban ahí, eran “iguales”.Claro que eso era un chiste de mal gusto. Aquí nadie era igual.Y
Cordelia El calor de su cuerpo seguía pegado al mío.El aire olía a piel, a deseo satisfecho y a paz. La cabeza de Zeiren reposaba sobre mi pecho, su respiración cálida y pausada rozando mi piel.Mis dedos jugaban distraídamente con su cabello.—¿Sabes que deberíamos comer algo, no? —murmuré, sin muchas ganas de romper el momento.—Ya comí —respondió él, con esa voz ronca que le quedaba después de hacerme suya.Me reí bajito, acariciándole la nuca.—Me refería a comida de verdad. La que no incluye mi cuerpo como plato principal.Zeiren levantó apenas la cabeza, y esa sonrisa torcida se dibujó en su rostro.—Yo diría que tu cuerpo es el mejor desayuno que he tenido en la vida. Almuerzo también. Y cena, si me dejas.—Estás insoportable —dije, sonriendo como una idiota enamorada. Porque lo estaba. Completa y perdidamente enamorada de este hombre no dejaba de sorprenderme.—Y tu hermosa. Increíblemente hermosa. —Se incorporó un poco más, bajando su mano por mi cintura, lento, sabiendo
Zeiren El cuerpo de Cordelia pesaba en mis brazos como si me estuviera arrastrando al abismo con ella.—No... no, no, no —murmuré apretándola más contra mi pecho, mi voz temblando.No respondía.Su piel ya no era cálida, su luz... su jodida luz... había desaparecido.—¡CORDELIA! —grité, sin importarme si partía los pulmones o desgarraba mi garganta en el proceso.Me giré hacia Damien, que seguía arrodillado en la cocina, con la mirada perdida... como si su mente estuviera atrapada en algún lugar que no era este.—¡ESPABILA, CARAJO! —rugí—. ¡NO TE PIERDAS AHORA!Pero no obtuve respuesta.Fernanda no estaba.Y ahora... Cordelia tampoco.Apoyé mi frente en la de ella, sentí la quietud de su alma ausente como una bofetada. La desesperación apretó su puño alrededor de mi corazón.Me levanté, llevándola en brazos hasta la sala. No tenía ni puta idea a dónde ir, así que la dejé con mucho cuidado en el sofá.—No voy a perderte —le susurré, arrodillándome a su lado, acariciando su rostro.La
CordeliaEl olor a gasolina me golpeó antes que la imagen.Mis pies estaban clavados en el barro.Sabía exactamente dónde estaba, aunque nunca había estado allí realmente.La maldita curva.El punto exacto donde toda mi vida cambió.Frente a mí, la camioneta verde de mis padres, incrustada contra un árbol que había partido el capó como si fuera de cartón. Había marcas de neumáticos en la carretera, arañazos desesperados tratando de evitar lo inevitable.Me temblaban las manos. No sabía si era por el frío o por el miedo.—Esto no es un recuerdo —murmuré—. Tiene que ser algo más...Se sentía real. El frío. El ruido. La presión en el pecho.No me veía a mí misma. Ni a Diego. Sabía que no estábamos ahí esa noche. La abuela nos había llevado a pasar el fin de semana con ella. Mis padres... solo iban a una cena. Nunca volvieron.Me dijeron que fue un accidente.Lluvia.Velocidad.Curva cerrada.Error humano. Impacto.Fin.Mis piernas se movieron solas. Me acerqué a la camioneta, atraí
Fernanda Estar atrapada en una botella era aún peor que la muerte.Y eso que estar muerta ya era una reverenda mierda.Esto era sin dudas era el siguiente nivel de humillación cósmica. Ni siquiera un mínimo de privacidad. Solo un huevito de cristal oscuro, frío y asfixiante… y lo peor de todo: completamente lúcida.Podía ver.Podía escuchar."Gracias, universo, por las migajas."La silueta de Viktor se movía como una sombra espesa entre los pliegues del plano astral. Me arrastraba con él, yo era su adorno barato colgado de su cinturón. No sabía a dónde iba con exactitud, pero ese hijo de mil puta se desplazaba con seguridad.Las sombras de este lugar parecían alejarse a su paso, como si incluso los Aeternum quisieran evitarlo."Genial, Fernanda, no solo estás atrapada… si no que estás con un psicópata temido de este lado del mundo."Pero lo peor vino después.En un parpadeo, la escena cambió.Ya no estábamos en ese limbo extraño, sino en lo que parecía ser una especie de oficina de
Cordelia—¡Oye! Te ves guapísima —dijo con esa voz apática que te hacía sentir como si te estuviera lanzando un ladrillo a la cara en lugar de un cumplido.—¿Y eso a qué viene? —le contesté, arrastrando las palabras mientras la miraba de arriba abajo, más por costumbre que por verdadero interés en su atuendo. Fernanda estaba impecable, como siempre.Pero no tenía tiempo para analizar su estilo. Porque, en menos de un segundo, ya estaba gritando.—¡Ya está, Cor! —me agarró de los brazos con una fuerza innecesaria, como si fuera a arrancarme del sofá por completo—. ¡Ya basta de lloriquear por ese escuincle malparido!Me tambaleé cuando me obligó a levantarme. Logré zafarme de su agarre y me quedé parada ahí, cruzando los brazos, aunque me sentía como un trapo viejo que alguien había descolgado a la fuerza.—¡Uy sí! —le reproché, arqueando una ceja coloqué las manos en mis caderas—. Como si fuera por ese baboso y ordinario por el que estaba llorando...Ella no se lo creyó ni por un segun
Cordelia Ni bien empujé la puerta doble de la entrada, la voz de doña María resonó como una campana por todo el espacio.—¡Ay niña! ¡Hasta que vuelves! —gritó con ese tono de madre que mezcla regaño y cariño en partes iguales.Ella estaba detrás del mostrador, ajustándose el chal tejido que siempre llevaba encima, sin importar si hacía frío o no. Sus ojos brillaban con ese aire de "tengo un secreto" que tanto le gustaba.Mi primer reflejo fue sacar los auriculares del bolsillo de mi abrigo. Eran mi escudo, mi forma de fingir que no estaba hablando con un espacio vacío.—Ya ves, tocó volver... —le respondí mientras me acercaba al mostrador—. ¿Algún chisme nuevo?—¡Oh! Nada del otro plano… muertos y más muertos —dijo, alzando las cejas—. Aunque estos últimos están bien raros...No tuve tiempo de preguntar qué quería decir con "raros", porque Fernanda entró detrás de mí con la energía de un huracán.—¡¿Qué cuenta, María?! —saludó, exagerando el tono mientras agitaba una mano—. ¿Verdad q
Zeiren No podía moverme. No podía hablar. No podía abrir los ojos. Estaba atrapado en mi propio cuerpo, sintiendo cada sensación a mi alrededor.El frío de la mesa debajo de mí fue lo primero que percibí en quién sabe cuánto tiempo. No era como el frío al que estaba acostumbrado dentro de las profundidades de la ciudad. Este era otro tipo de frío... Algo inerte, algo que no debería estar allí.Las voces, distantes al principio, como si alguien estuviera hablando al otro lado de una puerta cerrada. Una que no podía abrir.No estaba solo.Pude sentirlos antes de escucharlos: un humano, moviéndose cerca de mí con pasos firmes pero contenidos. Olía a desinfectante y a algo más... jabón, tal vez. Luego, una presencia diferente. Ligera, como el roce de un susurro, pero con una energía constante y tranquila. Otra más llegó después, inquieta, moviéndose con rapidez a mi alrededor, como un mosquito al que no puedes espantar.Y entonces llegó ella.Su presencia me atravesó como una ráfag