— GABRIEL MÁRQUEZ
“Nada que me pertenece se me escapa de las manos… al menos, no sin luchar”.
Llegué a mi oficina con el ceño fruncido, como siempre. El chofer apenas abrió la puerta del auto y yo ya tenía el teléfono en mano, revisando correos, moviendo contactos, ajustando reuniones. El mundo no se detiene, mucho menos para los débiles.
Y yo no soy débil.
Empujé la puerta de mi oficina y solté un suspiro profundo. Cerré con fuerza, como si necesitara marcar territorio. Me quité el saco, lo lancé sobre el respaldo del sillón de cuero y me senté detrás de mi escritorio.
El aire olía a madera fina y éxito. Todo en este despacho era caro, intocable. Como mi imperio. Como lo que me pertenece.
Presioné el botón del intercomunicador.
—¡Andrea, en mi oficina! ¡Ahora!
Unos segundos después, mi secretaria entró, nerviosa, con su libreta y su falda demasiado justa como para poder caminar con soltura.
—Sí, señor Márquez… buenos días.
—¿Dónde están los informes que te pedí impresos anoche?
—Ya l