Capítulo 4
De pronto, Fabiola habló con total indiferencia:

—Ay, lo siento, querida Francisca. Pensé que esas fotos ya no significaban nada para ustedes, así que las tiré a la basura. Además, el bebé ya no está, guardar esas cosas solo trae mala energía para el que viene. Eso es de mala suerte.

Sentí cómo las lágrimas se acumulaban en mis ojos. Pero, antes de que pudiera decir una sola palabra, ¡ella fue la que empezó a llorar!

—Francisca, cada vez que ves esa ropa y esas fotos terminas hecha un mar de lágrimas. Lo hice por tu bien.

¿¡Encima de todo tenía el descaro de decir que lo había hecho por mí!?

—¡Mentirosa! ¡Lo hiciste por ti misma! ¡Rompiste la ropa y las fotos! ¡Destruiste lo único que me quedaba de mi hijo!

Furiosa, di un paso al frente, le agarré el brazo y le metí los pedazos en las manos a la fuerza.

—¡Pégamelos de una vez! —le exigí con furia.

Pero Fabiola se apartó de golpe, soltando un grito exagerado:

—¡Ay! ¡Francisca, ¿qué estás haciendo?! ¡Me estás haciendo daño!

Ramón, al ver la escena, me empujó con fuerza.

Mi espalda chocó con la mesa, y un dolor agudo me atravesó como una lanza.

Lo miré, incrédula. Pero cuando vi la expresión fingida de Fabiola, lo entendí todo: ¡quería hacerme quedar como la agresora!

Ramón, haciendo mala cara, se apresuró a revisar el brazo de Fabiola con preocupación. Jamás imaginé que ella llegaría al punto de tirar a la basura todas las cosas de mi bebé.

—El bebé ya no está. No tiene sentido alguno que sigas aferrándote a ropa o fotos. Si ya están rotas, tíralas y punto. ¡Tu envidia es enfermiza! ¿Cómo puedes atacarla por algo tan insignificante? ¡Fabiola está embarazada! ¿Acaso no lo entiendes? —gritó Ramón, girándose hacia mí con furia en los ojos.

Con los ojos enrojecidos, levanté la cabeza y lo miré con desprecio.

—A ti no te importa… pero a mí sí. Porque solo cuando veo esa ropa y esas fotos, siento que mi hijo realmente existió. ¡Ella las rompió a propósito! ¡Y yo no la lastimé, ella está fingiendo!

Pero el llanto desconsolador de Fabiola se hizo aún más fuerte, como si fuera la víctima de una tragedia.

—Francisca, no lo hice con mala intención. Me estás malinterpretando. Mejor aborto al bebé que llevo. ¿Eso te haría feliz?

Cuidadosa, tomó el brazo de Ramón y le habló con voz temblorosa y llena de lástima.

Eso lo quebró. Su expresión se tornó sombría, tocada por la culpa.

—No. Ese bebé tiene que nacer.

Luego me miró con impaciencia, y con un tono cargado de amenaza:

—Vas a ser la Luna. Y la Luna necesita un heredero bajo su nombre. ¡Todo esto es por tu bien! ¿Desde cuándo te volviste tan irracional?

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