—Es solo un extraño. Él ya no me importa.
Pareció satisfecho con mi respuesta, y su beso se volvió aún más suave.
—Voy a hacer que vea que perderte fue su mayor error. Que irte de su lado fue lo mejor que pudiste hacer. Y que ahora eres la loba más feliz del mundo.
Subió un poco el tono y, juguetón, me apretó con suavidad en un punto sensible de mi pecho.
Le di un golpecito en el hombro, avergonzada.
—¡Más respeto a…! ¿Y si alguien nos ve?
Él alzó una ceja y sonrió orgulloso.
—Eres mi esposa. No me importa.
No supe qué decirle y lo mandé a atender a los invitados.
La ceremonia comenzó. Eduardo y yo subimos felices al escenario, frente a todos.
Cuando Ramón me vio, se frotó los ojos, incrédulo.
Se quedó paralizado por la sorpresa y gritó a todo pulmón:
—¡Francisca! ¿Cómo puedes ser tú?
Sin darse cuenta, corrió dando unos pasos hacia mí.
Fabiola lo sujetó con rapidez del brazo y le susurró con urgencia:
—Ella ya es compañera de otro. No hagas ninguna locura.
Al oírla, su expresión se vol