ANASTASIA
Nunca he tenido que compartir a Oliver y alejarme de él tanto tiempo —el fin de semana entero—, pero ahora Trevor y yo hemos tenido que hablar de algunos acuerdos. Este es su primer fin de semana a solas con él, sin mi. Sé que es un buen padre, creo que lo hará bien, pero aún así no puedo evitar estar pegada al teléfono todo el día.
He salido a caminar. He pasado por el supermercado aunque no necesitaba nada. He puesto una lavadora que ni siquiera estaba llena. Y aun así, el silencio de este piso me parece tan espeso que podría cortarse con un cuchillo. También es mi primer fin de semana sola, así que no tengo ni idea de como matar el tiempo.
Para mi suerte, Lou aparece con su personalidad arrolladora, y me alegra el día enseguida.
—¡Levanta ese culo del sofá! —entra gritando y agitando dos botellas de vino—. Necesitamos salir a bailar y tú, mi querida amiga, vas a disfrutar de tu soltería.
Lou es un torbellino con labios rojos y botas hasta la rodilla. Siempre lo ha sido. Desde el instituto ha tenido la capacidad de hacer que todo parezca más ligero, más urgente, más divertido. Yo era así hasta que conocí a Trevor, me quedé embarazada rápido, y fui forzada a dejar mi vida.
—No voy a durar toda la noche de fiesta si es lo que planeas. Estoy vieja para eso.
Se ríe, y su melena color fuego revolotea.
—Esperaba tener que arrodillarme para suplicarte salir, pero ha sido fácil.
—Ya te arrodillas demasiado por lo que me cuentas —se le abre la boca con fingida ofensa, y sigo—: Y no he aceptado.
La veo luchar por abrir una de las botellas mientras se pone de rodillas en el sofá a mi lado.
—Venga... No puedes seguir viviendo como si siguieras en casa del idiota ese con su estúpida familia. Dios, cómo los odio. —Gruñe, pero consigue abrir la botella de vino—. Vamos a beber sí o sí, ya no puedo cerrar esta botella.
No necesita mucho para convencerme, mi otro plan es quedarme aquí tirada en pijama y atiborrarme a helado hasta que llegue el domingo por la noche y Oliver vuelva.
Dos horas después, estamos subiendo a un taxi camino al centro. Hace siglos que no salgo, y la idea me hace sentir viva. Con el vestido negro ceñido que Lou me ha traído en su bolso y un poco de rímel, casi no me reconozco en el espejo.
La música se cuela por las rendijas del taxi antes de que siquiera bajemos. El centro está vivo, vibrante, con luces de neón que tiñen las aceras mojadas. Lou paga el taxi antes de que pueda ofrecerme a hacerlo y me arrastra de la mano como si volviéramos a tener dieciocho años.
Entramos a un local pequeño pero abarrotado. Tiene un aire retro, con bolas de discoteca y luces parpadeantes.
—¡Vamos por copas! —grita por encima de la música.
Me alegra no habernos terminado las dos botellas de vino, porque creo que ya estoy borracha.
—Estoy bien por ahora.
Me echa una mirada sobre el hombro y se mueve el pelo rojo con dramatismo.
—No me fastidies Stas, no puedes haber perdido tanto el fuelle con el alcohol. ¡Ronda de chupitos para empezar!
Al segundo chupito me arrepiento un poco de haberme dejado arrastrar hasta aquí. Cuando el tercer chupito me hace efecto, me alegra un montón estar fuera de casa. Empiezo a moverme con la música, primero sin querer, después sin pensar. Lou grita algo, pero la música lo cubre todo. Nos reímos sin razón, empujamos a la gente mientras bailamos y no podría importarme menos.
El sudor me corre por la espalda, pero no me importa. Lou me grita cosas al oído que apenas entiendo, pero me río igual. En algún momento, unos chicos se nos acercan. Lou empieza a enrollarse con uno y el otro sale espantado en cuanto creo que empiezo a enseñarle fotos de Oliver. << Bah >>
—¡¿Vamos a dormir juntas?! —me grita ella al oído.
Me echo atrás, los miro a los dos con el pintalabios rojo de Lou esparcido por la cara.
—Puedes irte con él.
—¡¿Segura?! —Chilla, moviendo el culo contra la entrepierna del chico.
—¡Sí! Sólo... —balbuceo mareada—, espera que coja un taxi.
Están prácticamente follando con ropa cuando el taxi llega para recogerme.
Durante todo el camino siento que voy metida en una noria que gira a una velocidad peligrosa, y creo que el conductor lo sabe porque me baja la ventanilla. El frío de la madrugada me pega en la cara, pero no es desagradable; me despeja un poco.
Cuando llegamos al edificio me bajo con torpeza, abrigándome con la chaqueta de cuero, sujetando el bolso con la mano y procurando no perder un zapato. El taxi arranca justo cuando me doy cuenta de que alguien que parece estar esperándome en el portal.
Leo.
—¿Buena fiesta? —Su pregunta divertida atraviesa el silencio de la noche.
Si él supiera...
—¿Qué te hace pensar que vengo de fiesta? —Me tropiezo, el bolso se me cae y casi me entra la risa—. Ups...
¿De dónde me sale toda esta tontería? << Céntrate, Anastasia, eres madre >>
—Justo eso. Venga, pasa, que aquí hace un frío de cojones.
Me escabullo por su lado murmurando un suave agradecimiento, y me cuelo en el ascensor con él. ¿Qué hora es? ¿Las tres, cuatro de la madrugada? Parece que a él la fiesta le ha sentado mejor que a mi.
—¿Buena fiesta la tuya? —curioseo.
Siento que me mira, así que hago lo mismo.
Va completamente de negro: vaqueros negros, camiseta negra, y una chaqueta de cuero que se le ajusta a los músculos de los brazos. Tiene buen cuerpo, y está bueno que te cagas por lo que mi mente borracha recuerda de nuestra primera impresión. Con la poca luz del ascensor puedo vagamente enfocar los tatuajes que le asoman por el cuello, y los que le recubren las manos enteras. ¿Tendrá algo sin tatuar?
—Algo así, aunque no mejor que la tuya por lo que parece.
—Ya... —me veo de reojo en el espejo y hago un vago intento de peinarme—. He olvidado como se bebía. Tú pareces mucho más sereno.
—Es porque no he bebido.
Me río, ni siquiera sé por qué.
—Bueno, a mi me queda una botella entera de vino si quieres.
No me puedo creer que acabe de soltar eso, pero en mi cabeza la noche no puede terminar tan pronto. Es la primera vez en años que me siento joven de nuevo y no quiero el sentimiento se pierda tan temprano.
Veo como las cejas de Leo se elevan. Es muy guapo, demasiado. Lou se volvería loca si le viera, ¿por qué no le he hablado del caliente vecino que vive justo enfrente?
—¿Tengo pinta de beber vino? —replica, y me encojo de hombros, ¿por qué no?—. Pero tengo cervezas.
—Creo que debería dejar de beber —digo, en un segundo de cordura.
—También tengo agua y pastillas para la resaca que tendrás.
Uh... La noche no ha terminado.