ANASTASIAEl lunes llega. Me levanto pronto, como siempre, y me arrastro por el apartamento para preparar el desayuno, a Oliver, y a mí misma. Lo dejo en el colegio, con su mochila de dinosaurios y su breve: "¡Adiós, mamá!" Me quedo un segundo en el coche, viéndolo correr hacia sus amigos, con esa energía que parece inagotable. A veces me pregunto de dónde la saca, porque yo estoy funcionando con café y pura fuerza de voluntad.El trayecto al centro es corto. Trabajo desde hace un par de años en una cafetería, no es el trabajo de mis sueños pero no me quejo. Además, la cafetería es lo suficientemente pequeña como para darme dolores de cabeza.Entro por la puerta trasera, colgando mi bolso en el almacén y atándome el delantal verde a la cintura con mi nombre bordado a mano por Carla.Carla es mi jefa, es una señora mayor que debería estar jubilada desde hace algunos años, pero dice gustarle estar aquí, sobre todo porque este ha sido su negocio toda la vida y lo comparte su hija, Marta,
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