ANASTASIA
Su piso parece más tranquilo ahora de madrugada, o será porque la bestia que tiene por perro está durmiendo en el suelo. Todo huele a masculinidad: a colonia de hombre, un poco a tabaco y a madera.
<< ¿Qué diablos hago yo aquí? >> Leo y yo no hemos intercambiado más que unas cuantas palabras en el portal, en los trayectos de ascensor, o cuando Oliver se tira cinco minutos acariciando a su perro en el rellano.
—A Oliver le encanta tu perro —comento.
La bestia tirada en el suelo parece haberme oído, a mi o al ruido sordo que hacen mis tacones cuando sigo a Leo hasta su cocina americana.
—Todavía me sorprende que no le haya arrancado un brazo —una sutil sonrisa le adorna los labios cuando debe ver mi cara de espanto—. Me lo estáis ablandando.
Cuando se quita la chaqueta, me doy cuenta de que se me abre la boca admirando todos esos tatuajes y los músculos que envuelven. << Cierra la boca, Anastasia. Por el amor de Dios. >> Me obligo a parpadear, pero es difícil apartar la vista. Sus tatuajes son formas oscuras que no alcanzo a descifrar a esta distancia —o por la borrachera—. Antes de darme cuenta ya estoy rodeando la isla, acercándome más de lo que debería; pero me apoyo en la encimera a su lado viendo como me llena un vaso de agua.
Estamos tan cerca que su brazo roza el mío, es un sutil toque, pero me hace apretar las piernas. Y cuando me da el vaso con agua y sus dedos rozan los míos, es lo más sexual que he tenido en una temporada.
—Estás cubierto de tatuajes.
No me he quitado los tacones y aún así levanto la vista para encontrar sus ojos. Qué alto es, qué guapo, qué...
—¿Quieres verlos todos? —es una pregunta tan sensual... Y yo necesito divertirme, y sexo.
Asiento.
Y en el momento en el que sus dedos me recorren el cuello, envolviéndome con un ligero apretón, sé que voy a dejar que me haga todo lo que quiera. Parpadeo, es un abrir y cerrar los ojos lo que tardo en darme cuenta de que nos estamos comiendo la boca.
Me agarra por la cintura, levantándome como si nada, sentándome en la encimera fría, y se mete entre mis piernas. Siento su polla, dura como piedra, presionando contra mi ropa interior a través de sus jeans, y un jadeo se me escapa.
—Joder, estás pidiendo a gritos que te folle —susurra, su boca choca contra la mía en un beso sucio, todo lengua y dientes.
Mis manos vuelan a sus pantalones, torpes, mientras él me quita la chaqueta y me sube la falda del vestido por encima del culo. Tras otro parpadeo y un jadeo que se me escapa, noto el aire que corre frío en mi entrepierna cuando me quita las bragas. No quiero ser una patética borracha a la que se le nota que lleva una temporada larga sin sexo. Entonces, un gemido fuerte y desesperado resuena en la habitación, aún más alto cuando me mete dos dedos de golpe. Y no me importa haber fracasado intentando evitar parecer esto: una desesperada; porque cada vez que jadeo lo hace con más ganas.
Sus labios chocan contra los míos y su mano se mueve para agarrar el frente de mi garganta. Es rudo y apasionado, abrumador y acalorado, y una gran cantidad de otras palabras que mi cerebro ni siquiera puede procesar en este momento. Aprieta mi garganta mientras su lengua explora mi boca. Sus dedos dentro de mí se mueven con una precisión que me tiene al borde del abismo, y cada jadeo que se me escapa parece avivar algo salvaje en él.
No tengo dónde agarrame cuando el orgasmo me invade, tan sublime, tan placentero, que me deja en el limbo. Por suerte Leo me tiene bien agarrada. Sus manos se clavan en mis caderas desplazándome al borde de la encimera, y antes de que pueda procesarlo, está dentro de mí. El estiramiento es intenso, casi doloroso, pero el placer que lo acompaña me hace arquear la espalda.
Se queda quieto un segundo, el que usa para quitarse la camiseta. Quiero enfocarme en sus tatuajes, ver hasta dónde le bajan... Pero, Dios... Empieza a moverse.
Mis uñas se clavan en sus hombros, buscando anclarme a algo, cualquier cosa, mientras el mundo a mi alrededor se reduce a la fricción de nuestros cuerpos y a lo bien que me sienta tener algo como esto después de tanto. Y un sexo que me gusta, que disfruto, que no es aburrido.
No sé cuánto tiempo pasa, solo sé que la cocina se llena de nuestros gemidos, del sonido de piel contra piel, del crujir de la encimera bajo nuestro peso. El orgasmo surge de la nada y me golpea como un tren de carga, pero él no se detiene; ni siquiera reduce la velocidad. Me baja de la encimera, me da la vuelta y me inclina sobre la isla. Vuelve a entrar en mí desde atrás, sus manos deshacen los tirantes de mi vestido que se arruga todo en mis caderas, y el ángulo es tan perfecto que siento que voy a romperme de placer.
Esto no para ni un solo segundo, aún cuando sale de mi y creo que va a darme un respiro, estoy muy equivocada.
El calor de su pecho desnudo se aprieta contra mi espalda mientras me desliza lo que queda de mi vestido por las piernas.
—No he terminado contigo —susurra contra mi pelo, y yo sonrío, porque no quiero que termine.
Me lo estoy pasando increíble, me siento joven, y siento placer.
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El sol apenas empieza a filtrarse por las rendijas de las persianas cuando abro los ojos. Estoy desnuda, envuelta en sábanas grises, y Leo que duerme profundamente a mi lado. Su respiración es lenta, rítmica. Tranquila. Como si la noche salvaje no hubiese hecho mella en él. Yo no puedo ni con alma cuando me levanto de la cama y recojo mi desastre del suelo a hurtadillas.
La bestia que tiene como perro parece juzgarme con la mirada cuando me agacho a por mis tacones y me acerco a la puerta. Se pone alerta y yo salgo pitando. En dos pasos estoy dentro de mi piso y no tengo tiempo de arrepentirme, y tampoco quiero hacerlo.
<< Madre mia >> De forma incontrolable me echo a reír.