ANASTASIA
Nunca pensé que el sonido de una furgoneta vieja y un grupo de amigos quejándose mientras cargan muebles pudiera hacerme tan feliz. Pero aquí estoy, con las llaves en la mano, de pie frente a la puerta blanca de la casa que a partir de hoy va a ser nuestra casa.
No un piso pequeño.
No un alquiler temporal.
Una casa con jardín, espacio para que Oliver corra, para que Koda se revuelque en la hierba, y para que Leo y yo construyamos algo mucho más grande.
—¡Anastasia! —Lou se asoma con el ceño fruncido dese la barandilla de las escaleras—. ¿Dónde diablos quieres que ponga otra de tus cajas "frágiles"? Son frascos de velas.
—Déjala en la habitación pequeña, ya las organizaré otro día.
Alex está gritando algo sobre cómo el sofá “no va a caber por la maldita puerta”, y Marko le contesta que “deje de lloriquear y empuje más fuerte”. Yo sólo me río. Leo pasa por delante de mí, cargando con una caja enorme que pone juguetes, y me guiña un ojo. El pelo se le pega a la frente de lo sud