ANASTASIA
La cocina huele a ajo, queso fundido y esa salsa de tomate que he perfeccionado con los años. Leo está a mi lado, cortando cebolla con una precisión que no me esperaba de alguien que parece más cómodo manejando una máquina de tatuar que un cuchillo de cocina. Cada vez que lo miro, con el pelo revuelto cayéndole sobre la frente y esos tatuajes asomando por el borde de su camiseta, siento un cosquilleo que no sé si es por lo agotada que estoy o porque este hombre me gusta demasiado.
Su presencia ha invadido mi apartamento, y he dejado entrar a Koda, que está echado contra el sofá porque Oliver no le suelta. Parecen amigos viendo una película de dibujos.
—Entonces, ¿no has pegado a la vieja? —se cerciora Leo, e imaginarme haberlo hecho me saca una sonrisa.
—No, soy muy pacífica en realidad. Le he sacado el dedo.
Leo se echa a reír, apartándome de los fogones cuando vierte la cebolla y se impone en la cocina.
—Sí, súper pacífica.
Le lanzo un trapo de cocina, que él esquiva con f