ANASTASIA
Trevor no deja de llamarme cada dos por tres. Pregunta por Oliver, pero después insiste en darme lecciones morales y bla bla bla... Me cuesta no mandarlo a la mierda. Cada vez que veo su nombre en la pantalla, siento una punzada de rabia mezclada con cansancio.
—Adiós, chicas —me despido, saliendo del trabajo.
Mi teléfono vibra otra vez, y cuando miro la pantalla, no es Trevor, para variar. Es mi padre. Resoplo, dejando que salte el buzón de voz. No sé qué les hace pensar que voy a responder si llevo tanto tiempo sin querer hablar con ellos. Me asusta un poco que ahora que Trevor y yo discutimos cada vez que hablamos, le empuje a decirles dónde vivo. Lo último que necesito es que mis padres aparezcan en mi puerta, con sus sermones y sus juicios.
—Eh, ¿ahora pasas de mi?
Casi salto del susto, pero cuando giro la cabeza, ahí está él. Leo. Con las manos en los bolsillos y el pelo oscuro revuelto por el viento. Enseguida se me olvida todo y sé que estoy sonriendo como una tonta.