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“La caída del rey”
El silencio en el Inframundo era más aterrador que cualquier grito. El cuerpo espectral de Zyghor se había desvanecido, dejando solo una extraña brisa fría que se extendía por el aire enrarecido.
La cabeza esquelética, un eco vacío de lo que había sido el dios del Inframundo, cayó de la mano de Sebastián. El alfa, todavía en su forma humana, se desplomó de rodillas, agotado. Su cuerpo, herido y magullado, temblaba por el esfuerzo.
Eva, que tenía la daga ensangrentada en la mano, se tambaleó. El impacto de lo que acababa de hacer la golpeó con la fuerza de una ola. Se dejó caer al suelo, la daga cayó de sus dedos. Sus ojos, llenos de lágrimas, se encontraron con los de Nena.
—Lo hiciste, Eva —murmuró Nena, con una sonrisa débil y llena de orgullo. Corrió a abrazarla, el dolor de sus heridas olvidado por un momento.
La manada, cansada y herida, comenzó a sanar lentamente. Apolo descendió, su rostro impasible, pero en sus ojos había un brillo de sorpresa.
—Una hum