Capítulo 38
La promesa del mar
El aire olía a sal, a tierra húmeda y a flores frescas.
Las olas se deslizaban una tras otra sobre la arena, formando una melodía suave que parecía calmar incluso el corazón más agitado.
El cielo, teñido de tonos anaranjados y dorados, anunciaba el final del día y el inicio de una noche clara, donde la luna llena aguardaba para iluminarlo todo.
Eva caminaba descalza, sintiendo cómo la arena tibia se deslizaba entre sus dedos. Tenía los ojos vendados y una mezcla de curiosidad y nerviosismo la invadía.
Podía escuchar los pasos de Sebastián junto a ella y el suave crujir de las antorchas encendiéndose a lo lejos.
—Sebastián, ¿me puedes decir ya a dónde vamos? —preguntó, intentando adivinar por el sonido del mar y el viento.
—No —respondió él con calma.
—¿Por qué no? —insistió, fingiendo enojo.
—Porque si lo supieras, no sería una sorpresa.
Eva suspiró, aunque no pudo evitar sonreír.
—Tus sorpresas suelen terminar en caos, Alfa. —Se cruzó de brazos, aunq