Amaia.
— ¿Qué haces aquí? —pregunta obligándome a mirar hacia arriba.
Toco mi nariz que ha golpeado contra su pecho quizá hecho de acero. Debe ejercitarse, no hay duda.
—Yo sólo...
— ¿Gael? —Es Rulac Belmonte, su padre, quien lo llama— Adelante.
Gael me observa da arriba abajo con ojos entrecerrados. Un par de preguntas bailan en su mirada.
—Hablaremos después.
Camina hacia la puerta del despacho de su padre y yo intento decirle algo, pero mi mano queda en el aire y mis palabras atrapadas dentro de la boca. Así que sólo desparece y decido alejarme. De alguna forma su presencia siempre consigue que duela mi pecho.
—Señora Mountbatten —saluda el mayordomo quien está llegando a la mansión.
Lleva el abrigo en su brazo y se quita un sombrero negro.
—Ha llegado —musito.
— ¿Me necesita?
Su perspicacia es buena.
— ¿Gael ordenó que trajeran tantas cosas para mí?
—Sí, señora. Su esposo estaba preocupado porque no tuviera en casa lo que necesita.
Arrugo mi entrecejo.
—Eso no era necesario.
—Si h