Había pasado una semana desde aquel terrible incidente. La reapertura del restaurante se había tenido que suspender, y el ambiente que antes había estado lleno de risas y alegría ahora estaba impregnado de una profunda tristeza. Por consideración a Mercedes, Guillermo había decidido cerrar el restaurante hasta nuevo aviso, sintiendo que era lo menos que podía hacer en esos momentos de dolor.
Todo se había complicado para él; no podía viajar aún a Nueva York, puesto que tenía a su cargo a los niños, y la orden del juez había sido muy clara: no podía sacarlos de México, al menos hasta que no se tomara una decisión definitiva con respecto a la custodia. Además, faltaban apenas cinco días para que se venciera el plazo de la hipoteca del hotel y la casa de Monserrat. Por lo que estaba muy ocupado gestionando todos los documentos necesarios para concretar el negocio, sintiendo que el peso de la responsabilidad lo presionaban cada vez más.
Mercedes, en medio de su dolor, no había contado a