Mercedes corrió rápidamente hacia la calle, su corazón latía con fuerza en su pecho, un eco ensordecedor de pánico y desesperación se escuchaba en su interior mientras los disparos aún retumbaban en sus oídos. Cada paso que daba parecía un esfuerzo monumental, como si el tiempo se hubiera puesto lento y el mundo a su alrededor se hubiera desvanecido. Cuando finalmente llegó al borde de la acera, sus ojos se abrieron de par en par, desbordando incredulidad y terror. Allí, en medio de la acera, se encontraba Ernesto, caído e inmóvil. La escena era tan impactante que parecía sacada de una película de horror, una imágen grotesca de lo que nunca debió haber sucedido.
Ernesto se encontraba de espaldas tendido en el suelo, su cuerpo estaba rígido y sin vida, y un charco de sangre comenzaba a formarse a su alrededor, expandiéndose lentamente causando el pánico en Mercedes. La imagen era desgarradora; el rostro que hasta hacía un momento había estado iluminado por la esperanza de un futuro j