Mientras tanto, Luis Fernando y Grecia se encontraban en un momento de intimidad que nunca antes habían experimentado, a pesar de haber estado casados durante años. La habitación estaba sumida en una luz tenue, filtrada por las cortinas que danzaban suavemente con la brisa nocturna. Después de hacer el amor hasta agotarse, se encontraban acostados en la cama, bajo el calor de la chimenea, completamente desnudos y abrazados, como si el mundo exterior hubiera desaparecido. El aire estaba impregnado de una conexión profunda y sincera, una conexión que trascendía las palabras y las complicaciones de su vida anterior.
Un silencio envolvía la habitación, un silencio que parecía tener vida propia, lleno de promesas y anhelos. Era un silencio que hablaba más que mil palabras; sus corazones latían al unísono, disfrutando de la cercanía de sus cuerpos, cada latido resonaba con la intensidad de sus emociones. Luis Fernando acariciaba con ternura la espalda de Grecia, sus dedos trazaban suaves