Guillermo se quedó asombrado y decepcionado al ver que no se trataba de Grecia.
—¿Úrsula? ¿Qué haces aquí a esta hora? —preguntó, notando la expresión de temor en su rostro.
—Guillermo —dijo ella, aferrándose a él con fuerza—. Estoy muy asustada. Cuando estaba cerrando el restaurante, dos hombres me rodearon; tenían intenciones de entrar a robar. Pero, por suerte, una patrulla de policía pasó por casualidad y se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo. Los hombres salieron corriendo y los policías los persiguieron.
—Dios mío, lo que faltaba. Pero, ¿te encuentras bien? ¿Te hicieron algo? —preguntó Guillermo, preocupado.
—No, no me hicieron nada, gracias a los policías que intervinieron a tiempo. Pero no sabes lo asustada que estoy; pudieron haberme hecho algo peor.
—Tranquila, Úrsula, ya pasó. Por favor, pasa y siéntate —le dijo Guillermo, rodeándola con su brazo en un intento de calmarla—. ¿Quieres tomarte algo para los nervios? Tal vez un té.
—Mejor dame algo más fuerte. Desde que