Guillermo se quedó mirándola fijamente a los ojos. Tenía miedo de cuál iba a ser su reacción; temía decirle que la bebé se había complicado y que él había autorizado la operación sin antes consultarle. Sin embargo, no había otra alternativa: había que operar o, de lo contrario, la bebé podía morir. La vida lo había puesto nuevamente bajo la responsabilidad de tomar una decisión que podía salvar o no la vida de alguien. La primera vez fue con Ernesto, cuando tuvo que tomar la dura decisión de autorizar que le amputaran su pierna o de lo contrario podía morir. Ahora se trataba de su hija, sangre de su sangre, y era una decisión mucho más dolorosa y difícil para él, porque no se perdonaría si a su pequeña bebé le llegaba a pasar algo.
—Por favor, Guillermo, di qué es lo que está pasando —le suplicó Mónica con su voz temblorosa. Ella, en el fondo, presentía que algo malo estaba sucediendo.
—Sí, Guillermo, me va a dar algo en este momento si no me dices qué es lo que está pasando. ¿Acaso l