Guillermo lo miró con asombro, sin entender por qué le decía aquellas palabras. La confusión y la inquietud se entrelazaban en su mente mientras el hombre lo observaba fijamente a los ojos, su mirada penetrante parecía querer desentrañar los pensamientos de Guillermo.
—¿Pero se puede saber quién es usted y por qué dice que el doctor Fernández no puede operar a mi hija? —le preguntó Guillermo con seriedad, frunciendo el ceño. Su expresión mostraba una mezcla de molestia y confusión que crecía con cada segundo que pasaba.
El hombre, sin inmutarse, mantuvo su mirada intensa.
—Entonces, dígame, ¿ahora se va a quedar callado? ¿Quién es usted? —insistió molesto Guillermo, esta vez con un tono más fuerte, al ver que el hombre permanecía en silencio. Finalmente, el hombre decidió hablar:
—Acompáñeme a mi oficina, por favor —dijo, dejando a Guillermo aún más desconcertado.
—¿A su oficina? ¿Acaso usted trabaja aquí? —preguntó, sorprendido y sintiéndose cada vez más confundido por la situación.