Laura, por su parte, caminaba de un lado a otro de la enorme sala del penthouse, sus pasos resonaban en el mármol pulido. La noticia de la detención de Greta había llegado como un balde de agua fría, pero lo que realmente la enfurecía era que Luis Fernando no había regresado a dormir. Ya era pasado el mediodía, y la angustia se apoderaba de ella al no poder comunicarse con él. Cada intento de llamada se enviaba directamente al buzón, lo que solo aumentaba su frustración imaginando que se encontraba con Miranda.
—Otra vez la llamada me envió a buzón —murmuró, apretando el teléfono con fuerza—. No entiendo en dónde demonios se habrá metido Luisfer con esa mujercita de Miranda.
Su voz, cargada de desdén, resonaba en la sala vacía. A lo lejos, Pablo estaba cómodamente instalado en el penthouse, degustando una copa de vino que había tomado sin permiso del bar de Laura. Su actitud despreocupada la irritaba aún más.
—Pero cálmate, perfumada —respondió él, esbozando una sonrisa burlona—. Si