Grecia observaba la habitación con una atención casi reverente, como si cada rincón y cada detalle quisiera grabarlo en su memoria para siempre. Sus ojos recorrían las paredes decoradas con cuadros de paisajes nevados, cada uno enmarcado con madera oscura que contrastaba maravillosamente con el suave tono crema de las paredes. La luz tenue que emanaba de la lámpara de aceite creaba un ambiente cálido y acogedor, haciendo que el frío exterior pareciera aún más distante. Era como si aquel lugar, de forma inesperada, se hubiera transformado en un pequeño refugio para ambos, un santuario donde podían escapar de las complicaciones del mundo exterior al menos por una noche.
Luis Fernando, por su parte, caminaba por la habitación con la misma curiosidad que Grecia, explorando cada detalle con una mezcla de asombro y nostalgia. Sin embargo, ambos guardaban un silencio denso, como si se encontraran en un espacio privado por primera vez, un momento que, a pesar de la tensión que lo impregnaba,