Guillermo, al ver el evidente nerviosismo que reflejaba la mujer frente a él, no pudo evitar preguntarle con preocupación:
—¿Se siente usted bien? Es que se ha puesto pálida.
—Sí, estoy bien. Solo que los funerales me ponen muy nerviosa. Es todo —respondió ella, tratando de recomponerse.
Sin embargo, la inquietud en su voz no pasó desapercibida, Guillermo tenía sus sospechas, la notaba muy nerviosa, intuía que detrás de esa aparición para darle el pésame a Monserrat, había algo más que ella ocultaba.
Monserrat se encontraba muy inquieta, estaba en medio de un ambiente en el que no sabía quien decía la verdad. Al no recordar nada de su pasado, se sentía desprotegida, y el único hombre que podía sacarla de dudas, era su padre, pero ya era muy tarde para eso.
—Pero señora, aun no me ha dicho quién es usted —exclamó Monserrat, con la intriga reflejada en su rostro—. ¿Acaso fue amiga de mi padre?
La mujer tomó aire, sintiendo que el momento había llegado. Con una voz suave pero firme, d