Monserrat se quedó inerte, mirando a Guillermo con una mezcla de asombro y confusión. Había algo en su presencia que la hacía sentir una conexión especial, una especie de magnetismo inexplicable que no podía descifrar. Sin embargo, su mente seguía llena de preguntas y dudas.
Grecia, por su parte, estaba al borde de la explosión. La furia hervía en su interior al ver el cinismo de Guillermo al aparecerse en el funeral, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera traicionado su confianza de la manera más ruin. A pesar de que él parecía ajeno a su descubrimiento, su actitud confiada solo aumentaba la rabia que sentía.
Luis Fernando, que había estado observando la escena con creciente preocupación, temía que Grecia no pudiera contenerse y armara un escándalo. Con un gesto decidido, la tomó del brazo y exclamó:
—Nosotros tenemos algo importante que hacer. Ya regresamos, Monserrat.
—¿Pero... no se vayan? ¿A dónde van? —decía Monserrat, nerviosa, sintiendo que la situación se le