Mientras Guillermo se desesperaba buscando la única prueba que podía hacer que Monserrat creyera en él, Luis Fernando y Grecia se encontraban reunidos con Burgos en el hotel. Le habían puesto al tanto de lo que habían descubierto: la prueba que, según ellos, iba a poder servir de apelación ante la decisión del juez.
—Y bien, licenciado Burgos, ¿qué opina de todo esto? ¿Usted cree que Grecia y yo podemos contrademandar a Guillermo y apelar ante el juez? —le preguntó Luis Fernando, con un aire de esperanza en su mirada.
—Umm, vamos a estudiar esto muy bien —exclamó Burgos, pensativo.
—¿Pero qué pasa, licenciado? No lo veo muy convencido —dijo Grecia, ansiosa.
—Les voy a ser muy honesto: esta prueba es un arma de doble filo, que puede jugar a favor o en contra de ustedes.
—¿Pero qué está diciendo? Eso es imposible, estamos hablando de que Guillermo también me engañó, y encima, también lo hizo con el juez —exclamó Grecia, molesta.
—Sí, licenciado Burgos, Grecia tiene razón. Gu