Luis Fernando comenzó a leer la carta ansioso. Cada palabra parecía cargar un peso insostenible, y cuando se dio cuenta de que se trataba de Daniel, el mismo que había muerto en su mansión, la piel se le erizó. Frunció el ceño, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo.
“Dios mío, no puede ser. Entonces Daniel era el esposo de Miranda… y era amante de Laura. No, esto tiene que ser una broma”, pensó mientras se llevaba las manos a la cabeza, incrédulo ante el descubrimiento que lo sacudía hasta los cimientos.
Miró a Miranda, quien permanecía dormida, ajena a la tormenta que se desataba en su mente. Ella lucía serena, con su cabello desordenado extendido sobre la almohada, y por un momento, Luis Fernando sintió una punzada de culpa por lo que estaba a punto de hacer. Sin embargo, su curiosidad y su necesidad de entender lo que estaba pasando lo llevaron a continuar hurgando en la caja, buscando respuestas.
“No, esto no puede ser verdad. Entonces, mi madre y Laura prepararon una tra