Greta se quedó observando a Miranda, muy confundida. Su mente parecía un laberinto del que no podía salir.
— No, tú no te llamas Miranda. Tú eres Grecia, la esposa de mi hijo. ¿No es así, Luis Fernando? ¿Verdad que ella es Grecia? —le decía con ansiedad, buscando respuestas en los ojos de su hijo.
Luis Fernando la miraba con un dolor profundo en su mirada. Cada palabra de su madre era como un puñal que atravesaba su corazón. No podía soportar ver a Greta en ese estado, tan frágil y perdida.
— Sí, madre, ella es Grecia —respondió, llevándole la corriente y así de esta forma evitar que se alterara ante tal confusión. Pero, a su lado, Miranda mostraba una actitud de indignación y coraje.
— ¿Qué estás haciendo, Luis Fernando? ¿Cómo le vas a decir semejante barbaridad? —exclamó, sintiendo que la situación se le escapaba de las manos.
— Por favor, Miranda, ten un poco de compasión —susurró Luis Fernando, apretándole la mano con fuerza para que se quedara callada.
Greta no la escuchó. Su