Recuerdos perdidos

El director del penal era un hombre de mediana edad, con una actitud seria pero comprensiva. Se encontraba sentado detrás de su escritorio, preparado para dar la noticia que Luis Fernando tanto temía. Este había llegado junto a Miranda, visiblemente preocupado por el estado de su madre.

— Buenas tardes, señor Ripoll. Gracias por acudir a mi llamado —dijo el director, extendiendo su mano hacia Luis Fernando, quien la estrechó con firmeza.

— Sé que usted es un hombre muy ocupado, pero créame, era preciso que viniera —continuó el director, con un tono que denotaba la gravedad de la situación.

Luis Fernando, con una expresión seria y ansiosa, respondió:

— Entiendo. Me imagino que debe ser algo muy grave. La verdad es que me tiene preocupado. ¿Qué está pasando con mi madre?

El director, notando la tensión en el ambiente, miró a Miranda antes de continuar.

— Disculpe, Sr. Ripoll, ¿quién es la señorita? —preguntó, consciente de la delicadeza de la noticia que estaba a punto de dar.

— Ah, sí,
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