Grecia y Guillermo iban en el auto rumbo al restaurante. Ambos se encontraban en la parte de atrás mientras el chofer conducía.
Guillermo se sentía muy cabizbajo, con ojeras marcadas y un malestar en el estómago, sin imaginar que era consecuencia del veneno.
Un silencio incómodo reinaba entre ellos, pero Grecia, al notar la palidez de Guillermo, se preocupó.
—¿Te sientes mal, Guillermo? Te noto un poco pálido.
—La verdad es que no sé qué me pasa. Me costó mucho levantarme de la cama, pero debe ser por lo tarde que me acosté anoche.
—¿Estás seguro de que quieres ir al restaurante? Puedo hablar con el abogado y encargarme de todo lo demás.
—¿Estás bromeando? ¿Quedarme en casa y perderme la oportunidad de trabajar con mi nueva asistente? ¡Claro que no! Debo seguir enseñándole; además, me he dado cuenta de que es muy divertida. —dijo Guillermo, con la intención de provocar sus celos.
—¿Sabías que estás actuando como un idiota? Y yo, como una tonta, preocupándome por ti. —respondió ella,