Grecia miró a Guillermo, tendido en el suelo, pálido y con un sudor frío cubriendo su frente. La angustia la invadió al darse cuenta de que había perdido el conocimiento.
—¡Guillermo! Cariño por favor despierta—gritó, con su voz temblando de preocupación.
Ernesto, también estaba muy angustiado, en todo el tiempo que tenía conociendo a Guillermo, jamás lo había visto en ese estado. Se acercó a Grecia y le dijo con mucha preocupación:
—Grecia, no podemos esperar a la ambulancia. Debemos llevarlo a la clínica ahora mismo. Yo puedo llevarlo en mi auto.
Sin dudarlo, Grecia asintió. La urgencia del momento la llevó a actuar sin pensarlo, solo quería que Guillermo estuviera bien.
—¡Por favor, ayúdame! —dijo, mientras trataba de mover a Guillermo con cuidado.
Ernesto se agachó y, con esfuerzo, levantó a Guillermo en brazos. Grecia lo siguió, su corazón estaba latiendo con fuerza, mientras Mercedes se acercaba.
—¡Dios mío! Pobre Guillermo, él siempre ha sido un hombre sano ¿Pero a dónde lo