El ambiente en la cocina estaba tenso. —Ok, está bien, voy a hacerla pasar —dijo Mercedes con una expresión de molestia, mientras Grecia la observaba sin entender qué pasaba. A los pocos minutos, la puerta se abrió y Grecia se quedó impactada. —¿Pero se puede saber qué hace esta mujer aquí? —dijo, furiosa. —Úrsula va a trabajar de nuevo como mi asistente. Decidí darle una segunda oportunidad —respondió Guillermo. Úrsula entró caminando con una actitud prepotente, sintiendo una satisfacción al poder molestar a Grecia. —Hola, Grecia, me da gusto verte —dijo Úrsula con sarcasmo. —Señora Grecia, para la próxima, no te equivoques, Úrsula no voy a permitir que me faltes el respeto. —le dijo Grecia, furiosa, a punto de explotar de coraje. Guillermo solo observaba, disfrutando la escena. —Está bien, disculpe, “señora Grecia” —respondió Úrsula con una sonrisa burlona. “Muy bien, así quería verte, Grecia, molesta, celosa. Ahora vas a lamentar haberme despreciado” —pensó Guill
La noche había llegado y faltaban pocos minutos para cerrar el restaurante. Grecia había realizado un trabajo considerable en la oficina, logrando ponerse al día con diversas tareas que Guillermo había descuidado. Gracias a su formación en administración de empresas, aunque no culminada, pudo organizar eficientemente todos los archivos en el sistema. Cerró la oficina y bajó ansiosa a la cocina en busca de Guillermo, deseando saber si había terminado para que pudieran regresar juntos a la mansión. Además, quería aprovechar la ocasión para contarle de lo que se había enterado gracias a su abogado, relacionado con la empresa Ripoll. Antes de entrar a la cocina, escuchó fuertes carcajadas; evidentemente, se trataba de Úrsula y Guillermo. Al abrir la puerta con fuerza para sorprenderlos, observó que estaban inmersos en una animada conversación, con la cara cubierta de harina de trigo. La cocina, por su parte, estaba hecha un verdadero caos. —¡Interrumpo! —dijo Grecia en un tono fir
Grecia y Guillermo iban en el auto rumbo al restaurante. Ambos se encontraban en la parte de atrás mientras el chofer conducía.Guillermo se sentía muy cabizbajo, con ojeras marcadas y un malestar en el estómago, sin imaginar que era consecuencia del veneno.Un silencio incómodo reinaba entre ellos, pero Grecia, al notar la palidez de Guillermo, se preocupó.—¿Te sientes mal, Guillermo? Te noto un poco pálido.—La verdad es que no sé qué me pasa. Me costó mucho levantarme de la cama, pero debe ser por lo tarde que me acosté anoche.—¿Estás seguro de que quieres ir al restaurante? Puedo hablar con el abogado y encargarme de todo lo demás.—¿Estás bromeando? ¿Quedarme en casa y perderme la oportunidad de trabajar con mi nueva asistente? ¡Claro que no! Debo seguir enseñándole; además, me he dado cuenta de que es muy divertida. —dijo Guillermo, con la intención de provocar sus celos. —¿Sabías que estás actuando como un idiota? Y yo, como una tonta, preocupándome por ti. —respondió ella,
Grecia miró a Guillermo, tendido en el suelo, pálido y con un sudor frío cubriendo su frente. La angustia la invadió al darse cuenta de que había perdido el conocimiento. —¡Guillermo! Cariño por favor despierta—gritó, con su voz temblando de preocupación.Ernesto, también estaba muy angustiado, en todo el tiempo que tenía conociendo a Guillermo, jamás lo había visto en ese estado. Se acercó a Grecia y le dijo con mucha preocupación: —Grecia, no podemos esperar a la ambulancia. Debemos llevarlo a la clínica ahora mismo. Yo puedo llevarlo en mi auto.Sin dudarlo, Grecia asintió. La urgencia del momento la llevó a actuar sin pensarlo, solo quería que Guillermo estuviera bien. —¡Por favor, ayúdame! —dijo, mientras trataba de mover a Guillermo con cuidado.Ernesto se agachó y, con esfuerzo, levantó a Guillermo en brazos. Grecia lo siguió, su corazón estaba latiendo con fuerza, mientras Mercedes se acercaba.—¡Dios mío! Pobre Guillermo, él siempre ha sido un hombre sano ¿Pero a dónde lo
El doctor salió de la sala de emergencias. Su expresión grave hizo que Grecia se sintiera aún más ansiosa. Sentía que su corazón se detenía mientras el médico tomaba aire; su expresión no era alentadora y se veía claramente que no auguraba nada bueno.—¿Qué pasa, doctor? ¿Qué tiene mi esposo? —preguntó Grecia, muy angustiada.—Le realizamos varios estudios para descartar que se tratara de una intoxicación, pero no encontramos nada anormal en su organismo. Sin embargo…El doctor hizo una pausa que se tornó eterna para Grecia. Luego continuó:—Señora Lombardo, después de ver los resultados de los estudios, hemos detectado un pequeño tumor que se encuentra alojado en el páncreas.Grecia palideció, mostrando una expresión que denotaba pánico en sus ojos. Ernesto, que se encontraba a su lado, puso sus manos sobre sus hombros en un gesto de apoyo.Grecia lo miró con ansiedad y preguntó:—¿Pero qué significa esto, doctor? No puede ser, Guillermo apenas comenzó a sentirse mal esta mañana. ¡No
Había una fuerte tensión en la sala. Grecia estaba muy nerviosa; el doctor, ya acostumbrado a este tipo de situaciones, se preparaba para darle la noticia. —Señor Lombardo, me temo que por ahora no sería conveniente que usted abandone la clínica. —¿Pero por qué? ¿Qué es lo que pasa? Grecia, ¿tú sabes algo? Guillermo preguntaba angustiado, sin entender. Puso una expresión de asombro y Grecia le esquivó la mirada; no quería enfrentarlo. Se sentía muy perturbada y no asimilaba lo que estaba pasando. —Señor Lombardo, se le realizaron varios estudios en los cuales encontramos un pequeño tumor que está alojado en la zona del páncreas. Guillermo palideció y no esperó a que el doctor terminara de hablar. —¿Qué ha dicho? No, eso no puede ser verdad. Yo me siento perfectamente bien. Lo que me dio fue un simple dolor de estómago, y estoy agotado por el exceso de trabajo, pero… —Guillermo, por favor, deja que el doctor te explique. No te pongas así —le decía Grecia, tratando de calm
Greta caminaba por el pasillo, furiosa y sin fijarse por dónde iba. De pronto, se tropezó con Pablo, quien llevaba un café en la mano, derramándolo encima de su vestido sin querer. —¡Pero mira lo que has hecho, imbécil! —gritó Greta, histérica. —Perdón, Greta, pero es que no te vi venir. Ese café era para ti, fue el que le pediste a la asistente de Luis Fernando. —Esa es otra inútil. ¿Y se puede saber por qué te lo dio a ti en vez de llevármelo a la sala de juntas? Es una inepta. —Pero, Greta, ¿se puede saber qué te pasa? —preguntó Pablo, extrañado. —Pasa de todo. No te imaginas lo que está ocurriendo en la sala de juntas. —Pero si no me dices, no puedo saber. ¿Qué pasó allí que te ha puesto tan histérica? Greta se acercó a Pablo y le susurró al oído: —La fábrica está a punto de caer en la quiebra. —¿Qué has dicho? —dijo él, abriendo los ojos, asombrado—. Eso no puede ser. ¿No será que me estás diciendo esto porque quieres sacarme de tus planes? —añadió con malicia.
Mercedes abrió la puerta del clóset y un aroma a cera derretida y hierbas secas la envolvió de inmediato. La penumbra del pequeño lugar se intensificó al observar un tenebroso altar. Sobre uno de los compartimientos, varias velas encendidas estaban metidas en pequeños candelabros de vidrio. A su alrededor, había varias fotos de Guillermo, aparentemente capturadas de forma improvisada por Matilde. Sin embargo, lo que realmente la hizo estremecer fue una imagen de Grecia, tachada con una cruz roja, como si fuera un símbolo de desprecio y odio. Al lado de la fotografía, había una muñeca vudú, con alfileres enterrados en su cuerpo de trapo que parecía observarla con sus ojos vacíos. El corazón de Mercedes se detuvo por un instante. La muñeca, con su cabello deshecho y su vestido rasgado, estaba claramente destinada a representar a Grecia. Cada alfiler que la atravesaba parecía un grito silencioso, un deseo de venganza que dejaba claro el odio que sentía hacia ella. Un escalofrío rec