Cuando Guillermo regresaba de buscar a los niños a la guardería, se cruzó con Grecia justo antes de entrar en la casa. Ella lo miró con curiosidad, notando su aspecto desaliñado, con la ropa arrugada y llena de arena.
—¿Pero qué te pasó? Tienes la ropa medio húmeda y llena de arena. ¿A dónde te metiste, Guillermo? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Ah, lo que pasa es que estuve caminando por la orilla de la playa y me provocó darme un chapuzón —respondió él, intentando restarle importancia a su estado.
—Qué extraño, nunca te ha gustado meterte al agua con ropa. Pero en fin, ¿cómo están mis niños preciosos? —dijo Grecia, abrazando a sus pequeños con amor, mientras Guillermo terminaba de entrar en la casa, con una actitud de nerviosismo que no pudo ocultar. Sin embargo, Grecia en ese momento no le dio importancia; estaba enfocada solo en atender a los niños.
Minutos después…
Durante la cena, después de que Luisana y Guillermito se fueron a dormir, un silencio incómodo se instaló en la mes