Las piernas de Guillermo temblaban mientras su mirada se mantenía fija en Grecia. Un torbellino de pensamientos invadía su mente, cada uno más inquietante que el anterior. Sentía que ella había descubierto su encuentro con Monserrat, y aunque no había pasado nada de lo que tuviera que arrepentirse, la sensación de culpa lo abrumaba. ¿Por qué se sentía así? La respuesta era clara: había experimentado una atracción hacia aquella joven, algo que no había sentido desde que vio por primera vez a Grecia. La confusión lo envolvía, y su nerviosismo aumentaba al darse cuenta de que Monserrat le interesaba como mujer.
—¿Y qué es lo que no puedes creer? —preguntó Guillermo, con la voz entrecortada, tratando de mantener la calma.
—La actitud de esa chica, Monserrat, me incomodó demasiado, me dejó con la mano tendida. Todo fue muy extraño; de no haber sido por su padre que interfirió, habría sido un momento muy bochornoso. La verdad, me pareció un gesto grosero de su parte —respondió Grecia, m